Hudtwalcker Mental Institute { Standard }

La familia Hudtwalcker ha llevado desde hace tres generaciones esta prestigiosa institución, que tras sus enormes puertas forjadas en hierro puro no esconden más que demencia y súplicas porque aquella tortura termine. ¿Qué tortura? La tortura de saber que nadie escuchara tus gritos, nadie creerá en tus palabras. Cordura es lo que hace falta en Hudtwalcker, la sanidad mental es algo que se ha perdido, tanto en sus pacientes como en su personal, quienes no hacen más que vanagloriarse en la cordura y el raciocino que dicen tener. ¿Dicen? Claro, en el fondo, en el subconsciente de estos no yace más que la duda. ¿Quién no está loco? ¿Quién es el cuerdo y quién es el que ha perdido la cabeza? Recuerda, todos estamos algo locos aquí.

El propio Viktor Hudtwalcker puede explicarnos esto con un precioso trozo de sus recuerdos, un cuento de cuna, podría decirse, claro, si tuviéramos un pelo de retorcidos. Algo que el pequeño Hudtwalcker sumergió en lo más hondo de sus recuerdos, que nunca saldría a la superficie. Pero bueno, no vamos a pedir permiso, tan solo entremos en la cabeza del último de los Hudtwalcker.

La noche ha llegado, tragándose todo sonido o atisbo de luz, lo único que puede escucharse en la casona de los Hudtwalcker es el goteo incesante de la lluvia de Glasgow, son las dos de la mañana y el servicio duerme. Pronto la lluvia se vuelve un sonido de fondo, sumiendo el lugar en silencio y en penumbra. No hay rayos esta noche, como si quisieran armonizar la noche para el evento que ocurrirá en las próximas dos horas. La luz del Sol no llegará a salvar a nadie, y la respiración de alguien pronto amenguará, desaparecerá. Los latidos de la joven recostada en la enorme cama matrimonial son acompasados, sus ojos azules están ocultos bajo esos párpados. La piel de color durazno está más preciosa que nunca, los labios están entreabiertos en una sonrisa de paz. Está sola, no hay nadie que comparta la cama con ella, a pesar de que es una mujer casada. ¿Dónde está el conyugue? ¿Por qué no está junto a ella, amándola o simplemente contemplándola?

Sonidos sordos, una respiración contenida y una sonrisa demente, que lo único que demuestran es que todo tipo de razón a escapado de la cabeza de aquel hombre canoso que se acerca por uno de los pasillos de aquella enorme casa. Su corazón late con fuerza y rapidez, el corazón bombea la sangre cada vez más rápido, todo lo contrario a la tranquila respiración de la rubia que yace en su lecho, perdida entre los brazos de Morfeo. Nuestro antagónico evita no reír e ingresa a la alcoba en dónde la muchacha se ha perdido en el mundo de los sueños, acunada por el golpeteo de la lluvia de la noche. Finalmente se detiene en frente de ella, se acerca y aspira su aroma, se deleita con el mismo. El brillo de una navaja recién pulida hace su aparición en esta obra de teatro, constituida por el sujeto y la damisela dormida. No, esta vez nuestra bella durmiente no ha recibido a su príncipe azul, más bien...a recibido a su verdugo en casa, le ha abierto las puertas.

El filo de la hoja corta la piel con rapidez, ese líquido rojo escarlata comienza a correr por el vestido de seda, los ojos se abren ante el dolor pero la joven no llega a emitir ruido. Su corazón se acelera y pronto no hay más que silencio. Los ojos quedan duros mirando al frente, cristalinos, algo que no significa otra cosa más que: Está muerta. El silencio en la casona Hudtwalcker es el mismo, nada ha cambiado. Solo que, como hemos dicho en un comienzo, una respiración menos. Nuestro 'príncipe' se limpia aquel líquido de las manos y gira el rostro hacia la puerta...¿Qué demonios? ¿Quién es aquel niño de oscuros cabellos y mirada perdida? La realidad le cae de golpe y entiende de quién se trata: Su hijo. Viktor Hudtwalcker. ¿La joven? Graciela Hudtwalcker, su esposa.

Viktor Hudtwalcker ha escondido este recuerdo en fondo de su cerebro, lo ha cerrado bajo siete puertas y millones de llaves, ese día nunca existió. Su madre murió asesinada por alguien que no conocía, ese no era su padre. La sonrisa cínica que traía puesta mientras acuchillaba a su madre de manera lenta, como si no quisiera perderse ni un minuto, ese...¿monstruo? No era su padre. ¡No era posible! Y bien, te preguntarás, ¿realmente Viktor se habrá olvidado completamente de su padre y de sus genes asesinos? La verdad, quién sabe. Todo está en tú cabeza.

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